Mientras estudiaba en esta ciudad conocí a ocho mujeres. Todas ellas ejemplares, complejas en lo menos evidente.

Una tarde escuchando radio UNAM, mencionaron un fragmento de la tragedia de Sófocles

Recordé que en el bachillerato había leído el texto, y me pregunté si era posible mudar la anarquía de este tremendo personaje femenino a un espacio aparentemente sereno: la mesa de una cocina.

Así empecé a convocar a estas ocho mujeres para proponerles retratarlas como una Antígona, de hoy, una Antígona cercana desde un retrato de ellas mismas.

Les propuse entonces a las ocho una sesión fotográfica. Cada una de ellas debería elegir objetos:

Objetos que pudieran dotar al retrato de una parafernalia particular. Además, estarían dispuestos sobre la mesa algunos elementos de cocina elegidos por mí.

Así al montar la puesta en escena, con ellas sentadas a la mesa y el conjunto de objetos, fotografié sobre un eje imaginario circular diversas tomas que permitieran, más tarde, construir un collage de diferentes perspectivas de cada elemento.

Buscaba con ahínco construir una composición que se alejara de la perspectiva renacentista, que a mi modo de ver resulta armada desde un ojo masculino, moderno, unívoco y totalizante.

Entonces en los cuadros cada elemento se distingue por haber sido visto desde un lugar, si bien no muy distante, sí desplazado.

Un espacio extraño, enrarecido pero que al mismo tiempo consigue verisimilitud. Así surgió:

Después junto con el 

Pensamos en organizar las ideas. Así se propuso entrevistar a las retratadas para conversar sobre su experiencia al ser pintadas y conocer sus ideas sobre Antígona.

Después nos organizamos con los estudiantes de teatro de la universidad Central del Ecuador para que montaran un fragmento de la tragedia durante la inauguración de la exposición en la Galería Sara Palacios.